Se estudiaba en los libros de geografía. En toda la media
España del sur el reparto de la tierra solía ser en grandes latifundios. En el
norte y sobre todo en el noroeste, en el “finis terrae” eran minifundios. Es
una realidad más que comprobable. Cuando se contempla una vivienda de las miles
que hay diseminadas por ese verde permanente, puede resultar chocante que tenga
tres y hasta cuatro plantas.
Tiene su explicación. En épocas en que en el autoabastecimiento era lo más común, en la planta inferior se reservaba para los animales, cuyo
calor podía beneficiar a quienes vivían en la primera planta. La segunda
planta, semidesván, servía para guardar lo que se iba a necesitar hasta la
próxima matanza, la próxima cosecha. Y sobre todo, construir en altura permitía algo más de terreno aprovechable para las gallinas, para el cerdo, para
cultivar en pequeños cuadrados de tierra mimada las cebollas, las patatas, las
coles forrajeras y hasta el camelio que daba alegría y colorido.
Ahí la tenéis. Cincuenta, cincuenta y cinco años, aunque
puede que solo rebase en unos pocos los cuarenta. Con su bata sin forma, sus botas, su sencilla bolsa con algo de fruta para tomar a media mañana, su caminar decidido. De mañana carga con sus
aperos de labranza: el sacho, la horqueta. Tal vez el marido anda a la mar. O
en la emigración interior o exterior, guardando cada euro para comprar o
ampliar su escasa propiedad. Adonde ella se encamina probablemente no es más que una pequeña
finca, tal vez el solar de la futura casa que van a levantar. Pero mientras
tanto ese trozo de suelo no queda baldío porque para eso está ella, para
aprovecharlo, sembrarlo, cuidarlo hasta el mimo y sacarle el máximo rendimiento
posible. ¿Me creeréis si digo que admiro la laboriosidad, el sacrificio y hasta
la ilusión de esta mujer que camina delante de mí?
¿Qué no va analizar el amigo Tulio, que luego del análisis y compartido, no haya de ser asumido, compartido si en alguna medida, siempre hay algo que nos recuerda vivencias? Un abrazo.
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