Pedro GPinto, aficionado a juntar letras. En setenta años que arrastra en su mochila no aprende. Jo

viernes, 30 de septiembre de 2022

 

CARTAS A SÉNECA. III

Buenas tardes, don Lucio.

Hoy quiero hablarle de una muchacha con la que me crucé días atrás. Días porque hace días y días porque fueron varios.

Bajaba este su humilde seguidor unas escaleras, algo habitual en un pueblo de subidas y bajadas. El primer día pasé a su lado sin advertirlo. Al siguiente reparé en ella y entonces caí en la cuenta de que el anterior ya la había visto. Pero no la había mirado. ¿Qué me llamó la atención esta vez? Pues que con un alicatillo de poco fuste estaba creando una pequeña obra de arte. Humilde obra de arte. Doblaba y redoblaba un hilo de alambre y estaba realizando una especie de cadenita de la que luego prendió una pluma de color. Acabáramos. Era un pendiente de lo más atractivo y original. Naturalmente me recordó una época en que uno hacía también sus pinitos con el alambre y no era en un circo. En largas tardes de verano y con parecida herramienta también yo conseguí hacer cadenillas de tres ojales cada eslabón.

Como llevaba unos minutos observándola la muchacha notó mi presencia y volvió la cabeza. Al verme esbozó una bonita sonrisa. Una bonita sonrisa en un rostro no demasiado agraciado.

- ¿Te gusta cómo me ha salido?-. Con un acento que no identifiqué  de momento.

- Claro que me gusta. Me ha hecho recordar.

Como si no me hubiera oído siguió trabajando en la pareja del primer pendiente. Esto me permitió contemplarla de espaldas. Vestía una blusa corta que le dejaba al aire una pequeña franja de su espalda y una falda larga. La blusa dejaba al descubierto por un lado un sujetador de color poco definido. Ambas prendas, blusa y falda, de un tejido ‘jipioso’ -perdóneme, don Lucio si no conoce la palabreja- y multicolor de colores apagados, probablemente por muchos lavados. Su pelo sin embargo parecía escaso de ellos. Lo llevaba recogido en una coleta sin pretensiones y seguramente no había sido nunca teñido. Era de un castaño claro de lo más corriente. ¿Me ignoraba? Intenté volver a pegar la hebra:

- Me suena como que no eres de aquí. ¿Sí?

No me contestó. ¿No me había oído o me estaba diciendo silenciosamente '¡puerta!? ¿La incomodaba o simplemente me ignoraba? ¿Había visto en mí, un viejo escasamente atractivo, un buitre carroñero o un águila depredador? Tenía que dejarle claro que ni lo uno ni lo otro. 

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Discúlpeme, don Lucio. No quiero cansarle que usted ya tiene una edad. A ver si otro día le terminó de contar la pequeña anécdota. Cuídese, que vienen los fríos. Ayer recibí mi primera mojadura. Cómo la agradecerían en mi tierra.

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